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lunes, enero 02, 2017

NUNCA FUI FAMOSO: ÚLTIMA PARTE: UNA SELFI DE ADIOSES

Publicado por Yo soy Escribidor |

Quizás mis motivaciones de vida cambiaron y necesitaba enfocarme en la docencia. En ese nuevo camino largo que no decidí, pero que decidí al tiempo, y donde buscaba una especie de puesto en los días, que no me contara como uno más en la historia humana. La docencia ya me mostraba sus dos caras: la satisfacción de decir verdades a los otros, y la frustración de no ser comprendido.

Así fue como me gradué de licenciado en Español y Literatura. Y el camello siempre estuvo duro, pero me las arreglé haciendo correcciones de estilo que me salían por ahí, y me permitían, por lo menos, comerme, de vez en cuando, un perro caliente o tener para los buses. No podía encontrar un trabajo más estable y, menos, pretender ser un famoso que no sería nunca. 

Sin embargo, recibí un par de llamadas de un amigo que estudió conmigo. Él es (¿era?) promotor y animador de lectura en Comfamiliar. En realidad, hasta ese momento, no tenía claro qué hacía él por la vida o de qué forma uno se gana plata leyendo cuentos infantiles, pero me instó a llevar mi hoja de vida en un diciembre frío, al Centro Cultural de la empresa, donde está la biblioteca. Él me indicó por quién tenía que preguntar. Dejé la hoja de vida con temor, acaso las malas experiencias de antes. Confieso hoy que, dentro de mí, esperaba no quedar en algún trabajo que me sacara mis nervios más íntimos. Por lo menos, ese diciembre, estuve tranquilo sin recibir respuestas. 

Venido el 2015, en ese enero, recibí la llamada a una entrevista laboral. Con miedo, fui. Al llegar, también había alguien más: una muchacha de apellido alemán que la gente siempre pronunciaba de manera errada. Con ella, iniciamos la entrevista que, terminó siendo, tal como nos previno mi amigo, una prueba de lectura para niños. Hoy, al recordar, y con la experiencia que adquirí, creo que no lo hice tan bien; no tenía experiencia y no creo que haya brillado; sin embargo, ya estaba hecho  mi trámite para ingresar. 

En ese trabajo amplíe una parte de la educación que, aunque no desconocía, la pude tocar: barrios en sitios de difícil acceso, sectores marginales, pueblos olvidados, niños con diferentes necesidades básicas, pero siempre, ganas. Tenía un colegio en el barrio La Paz ─una ironía─ y en Malambo ─con Arturito: un alumno indisciplinado que nadie daba mucho por él, pero que demostró ser el mejor y mi favorito─. Tenía lecturas no convencionales en empresas donde hacíamos unas pausas activas fantásticas ─mi amiga de apellido raro terminó siendo la dupla ganadora de esto─. Tenía lectura a niños que habían delinquido, en una fundación, los días miércoles. Tenía, así mismo, un club de lectura increíble los día sábados en La Playa. También, los viernes iba a un colegio con niños con necesidades educativas especiales. Al principio, igualmente, me tocó ir un par de veces a Usiacurí; era un viaje tedioso, largo, caluroso y, hasta cierto punto, frustrante. Ir allá me generaba uno de los temores que he ido superando con los años: quedarme para siempre en un sitio lejano en el que no quiero estar. Tenía, todos los días que iba allá, la angustia de no poder regresar nunca a Barranquilla. Gracias a Dios, duró poco porque me lo cambiaron en un colegio en el barrio Por Fin, aunque, para bien o mal, las condiciones académicas y de vida era sumamente precarias. Allí, como dato curioso, tuve un alumno que se llamaba Will Smith Martínez. 

Este trabajo, al que entré desconociendo todo, me permitió, durante ese tiempo, poder leer literatura infantil. Para mí fue uno de las cosas que logré sentir como un aporte significativo. También, este trabajo requería actividades diarias, preparación de actividades y eventos importantes. De estos, recuerdo poder, en la clausura, hacer una gran obra de teatro con los niños con necesidades educativas especiales que, anteriormente, nunca se había hecho, porque se suponía que esos niños "no daban pa' eso". Fue gratificante. O la representación del poema "Canción del Boga Ausente", hecho por los niños de La Paz: un colegio afro donde conseguimos a unos niños fantásticos de alegría. 

Y yo: Un día antes del evento, mi jefe me dijo que yo sería el presentador. Nunca en mi vida había sido algo similar. Mis hermanos y mi papá, al parecer, tenían más talento que yo en el dominio del público y de la alegría hacia los terceros. Yo no. Yo, hasta ese momento, era un don nadie en los sueños anteriores. Aun así, accedí porque supongo que me tocaba. Fueron cuatro días de largas jornadas, de hablar sin parar, de animar, de divertir y de tomarnos una selfi para el recuerdo con cada colegio. 

Fama efímera

Recuerdo que la gente, con los días, me felicitaba porque, al parecer, lo hice muy bien o, tal vez, mejor de lo que yo mismo pensé. Fueron gratos momentos donde descubrí que tenía una especie de talento que había privado por otras cosas. A este trabajo le debo este asunto. Semanas después, en un bus hacia algún lado, me di cuenta que nunca, del todo, quise ser un actor, sino, venidas las superficialidades, famoso de cualquier forma. En esas reflexiones estuve meditando, casi con pena, cuando pensaba que había disfrutado mi esfuerzo diario de alegría por los cuatro días de esa clausura, ya ahora en la memoria. 

Pero mi fama duró poco, porque mi último mes de trabajo, allá en el Centro Cultural, estuvo plagado de dimes y diretes que fueron  malentendidos. Mi jefe, según veo, tuvo temor de mí, quizás, pienso yo, hablé de más; y ella, con poca interpretación, dejó malas referencias mía. La gran jefe ─la que mandaba a mi jefe─ me llamó un día a su oficina, y, apelando cambios en la empresa, me dijo que mi contrato no se renovaría. Claro, habló de mis bondades, de mi talento, de lo emprendedor que fui, y de todo lo que aporté a la empresa; luego, el adiós en víspera de Navidad. Al escucharla pensé que, si era tan bueno como decía, por qué me echaba como un perro y con mi voz entrecortada, y allí también un sueño de poder ser, más adelante, alguien famoso en el mundo. 

Me dijo que era tan bueno en mi trabajo, que no dudaba que conseguiría un trabajo. Y yo, con mi cara bien puesta, le dije que lo sabía, que vendrían cosas mejores... pero mentí: no creí que vendrían cosas mejores ni que conseguiría un trabajo similar, por lo menos, al término de lo que dijo. 

Y en ese año que siguió nunca fui famoso. Y no lo he sido. Y hablaba una voz que me decía que nunca lo sería, y nunca lo seré. Y que no hay posibilidades de fama fuera de las que me invento. Y que hay voces que no se acallan en la madrugada todavía porque me tiran en la cara que debí escoger el camino de mi niñez, por encima de los prejuicios y por encima de lo demás inventado. 

No, nunca fui famoso. Y si lo soy, espero que no me quite el sueño. 


Primera parte
Segunda parte
Tercera parte


1 ¡Ajá, dime qué ves!:

Anónimo dijo...

La física cuántica nos dice que nada de lo que es observado carece de ser afectado por el observador. Esta declaración desde el punto científico nos brinda una visión grande y poderosa, significa que todos vemos una verdad diferente, por que cada quien crea lo que ve.

Ánimo, no desfallezcas nunca.
Saldrás adelante....

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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: